Carpas, puestos, banderas, pañuelos, superchicas y choripanes bajo la lluvia. Y poesía. Una crónica de la multitudinaria e histórica jornada del 8A en Argentina.
por Gabriela Luzzi
“Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”
Nos miramos, con mis compañerxs de trabajo, en el interior de la oficina en la que permanecemos con la luz apagada. Habíamos escuchado las voces de un grupo de pibas que cantaban en la calle. Me puse el pulóver extra que había llevado, el saco, con la capucha, me puse brillo en los labios y aunque sólo había completado tres horas, de las ocho que tengo que trabajar, no aguanté estar adentro. Caí en la movilización, temprano, cargando en la mochila varios ejemplares de Martes verde. Estaba lleno, había carpas, puestos, banderas y miles de compañerxs desde Av Corrientes y Callao.
Junto a los puestos de choripanes, bebidas, libros y pañuelos, había cajones de mandarinas. Dulces, fáciles de pelar, baratas, jugosas y del mismo color que el pañuelo por la separación de la iglesia del estado. No sé qué más se le puede pedir a una fruta.
Las paredes de los negocios y los carteles publicitarios estaban cubiertos de ilustraciones, toallitas con sangre, y frases reclamando la autonomía de nuestros cuerpos: “Machete al macho clasista”, “Las perchas al placard. Miso para abortar”, “Tu ajuste es nuestra muerte”. Todas frases con la sonoridad de la marcha.
Me imaginé que Celeste Diéguez ya estaría por Perón y Callao, con el paño de libros, tal vez junto a Ana Claudia Díaz y Juana Roggero, tal vez escribiendo un poema, mentalmente. La poesía de Celeste está en el lado verde. A lxs que les gusta el color celeste, o Celeste, pienso en pedirles que lean, o vuelvan a leer sus poemas.
Caminé entre las compañeras con orgullo sororo, estábamos en la calle, intentando resquebrajar el sistema que pesa sobre nuestros cuerpos, y estábamos también por las que no podían estar, porque se quedaron cuidando a sus hijxs, trabajando, presas, esclavizadas, enfermas, muertas, o apartando la mirada para no pensar, todavía, por miedo, o por lo que sea.
Llegué al bar frente al Congreso y me encontré con las compañeras de Nosotras Proponemos Literatura para ir juntas hasta el escenario Lohana Berkins y abrir las lecturas.
Habíamos invitado a todxs nuestrxs amigxs. Creo que Facebook justo ese día dio de baja el perfil de npliteratura y desaparecieron las invitaciones que habíamos hecho compartiendo.
Cecilia Szperling invitó por primera vez a su pareja y a sus hijxs. Andrés, su pareja, pasó a buscar a su hija Lola, de 12, de la escuela y más tarde la llevó al curso de ingreso al Pellegrini. De sorpresa vino también su hijo Rocco de 21.
Me llegó un mensaje de Paula, mi hija, que ya había salido del trabajo, y estaba en camino, no tenía que cursar en Puan, porque se levantó la clase para que pudieran participar.
Conocí a Aleta, la hermana de Valentina Vidal y a lxs hijxs de Dolores Reyes. Ya estaban María Alicia Gutierrez, Lucía Dorín, Ariel Bermani, Yamila Begné, Inés Ulanovsky y María Gómez, que en un rato tenía que ir a buscar a Margarita a la escuela. Les conté que ese día esperaba encontrarme con Guadalupe, mi sobrina de Trelew, que venía viajando desde el día anterior con sus compañeras de militancia. Guadalupe tiene ahora la misma edad que yo tenía cuando, embarazada de Paula, le escribí una carta a mi abuela contándole que sería madre –yo-, y ella bisabuela. A la semana, me llegó una carta de mi prima, la mamá de Guadalupe, para decirme que también estaba embarazada, y me daba las gracias por haber escrito, porque mi abuela (nuestra abuela) al enterarse de mi embarazo le había vuelto a hablar; dedujimos que habrá pensado que si todas sus nietas quedaban embarazadas, y ella les dejaba de hablar, ya no iba a poder hablar más con nadie.
Unos minutos antes de empezar la lectura, llegó Gabriela Cabezón Cámara con pañuelos, guantes y zapatos verdes. Se abrazó con Andrea Giunta, Florencia Abatte y Ariana Harwicz. Las compañeras de la Campaña nos pusieron una pulserita de seguridad, para subir al escenario, y nos prestaron purpurina y stickers para que nos maquilláramos. Leímos poemas, diarios íntimos, arengas, y gritamos el estribillo del poema de Gabi “Bergoglio yo no me como tu paloma”*.
Con Valentina hablamos de que nuestros cuerpos vibraban al escuchar los poemas.
Claudia Aboaf delante de sus dos hijos, y miles de personas gritó varias veces contra la hipocresía, gritó: ¡yo aborté! ¿alguien me acompaña? Y junto con otrxs que se señalaban el pecho y levantaban la voz: ¡Yo aborté!
Nos quedamos escuchando a Luciana Tagliapiedra, con María, Ariel y Eugenia Pérez Tomas. Antes de empezar una de las canciones, Luciana dijo que la iba a cantar porque estaba cansada de que le dijeran que para las mujeres todo es más fácil. La música fue tocando esa sensación contradictoria, de escuchar la frase que nos dicen, mientras vivimos en un mundo que naturaliza nuestra segunda categoría.
Eugenia estaba con su hermana, se habían encontrado en la boca del subte, y viajaron abrazadas hasta Callao y Corrientes. Ella ayudó a su hermana a llenarse de glitter verde los ojos, y se pasó el pañuelo verde a la cabeza. Su hermana contó que sabía que su mamá había abortado antes de tener a su hermana mayor y dijo que marchaba para que no fuera un secreto, para que su mamá lo pueda contar.
Al rato llegó la mamá de Eugenia, y con su hermana le pintaron los labios de verde y se quedaron junto a ella.
En ese momento me llegó un mensaje de Juan Alberto Crasci, pidiéndonos que, pase lo que pase, quememos todo, y entre comillas, la frase de Urtubey. No podía terminar de creerla. Como mínimo intenté chequearla. Pero después de varias pruebas, tuve que asumir que la frase era esa.
Las chicas del escenario improvisaron cantos y la multitud coreaba “Urtubey, que facho que sos”. Lucila Lastero, nuestra compañera de Salta, dijo que esos cantos se aplican perfectamente al senador y a toda la oligarquía salteña que defiende valores medievales.
Escuchamos la siguiente lectura con Gabriela Borrelli Azara, Larisa Cumin, Carla Sagulo, y Ana Abatte.
Carla recordaba la vigilia de la sanción en diputadxs que habíamos bancado con fogatas, música y baile hasta la madrugada, y dijo que ahora se sentía distinto. En medio de la lluvia se fue hasta otro escenario a ver a la hija de una amiga, después pasaba por el Bauen, y nos podíamos volver a encontrar.
Lxs demás fuimos a comprar cervezas a lxs vendedorxs ambulantes porque en los negocios estaba prohibida la venta de alcohol.
Tratamos de llegar a otro escenario, pero era tan difícil movernos, que nos quedamos bajo la lluvia, con las caras un poco inclinadas hacia arriba. Empecé una transmisión en vivo por Instagram y no me importaba que el agua se resbalara por la pantalla, como se resbalaba por nuestras caras.
Entre tratar de alejarnos y volver, quedamos de nuevo, a media cuadra del Lohana Berkins, y empezamos a escuchar las voces de nuestras compañeras que seguían leyendo: Inés Kreplak, Tamara Grosso, y Florencia Benson que presentaba sus poemas al otro día en un nuevo libro.
Tamara leyó con brillo verde para labios, guantes y campera verde. Después se iba a encontrar con lxs compañerxs de La Primera Piedra para cubrir desde la revista lo que estaba pasando en el Congreso.
Inés ese día no había ido a trabajar porque como tiene Esclerosis Múltiple, se cansa bastante, aprovechó para dormir y estar bien porque sabía que tendría una jornada larga por delante. En su trabajo había cobertura de la marcha así que ese día estaban dedicadxs a la movilización. No hubo casi trabajo en la oficina. (Ella trabaja en Prensa y Comunicación de la Defensoría del Pueblo que es la encargada de controlar los operativos de la seguridad en las movilizaciones sociales por pedido de la ONU). El poema que leyó en el escenario fue “Estarse sola” de Macky Corbalán, escrito en 1992, y muestra cómo las cosas son distintas hoy en día. No estamos solas. Inés usó la canción: “ahora que estamos juntas/ahora que sí nos ven” como título de la tesis que presentó sobre la representación de los feminicidios en la literatura argentina.
Se escucharon dos o tres fuegos artificiales, que sonaron del lado celeste. Comentamos el acercamiento de los celestes a la palabra artificio. Las compañeras que habían pasado hoy por ese lado, lo hicieron con sus pañuelos verdes, aunque alertadas por la policía que por ahí estaba, y contaban que había muy pocas personas, y que la mayoría eran hombres grandes.
Inés Ulanovsky nos leyó un nuevo mensaje de los que le pedíamos a nuestra compañera Tali Goldman, que cubría la sesiones, pero la información no era favorable. La sensación de que no iba a salir la ley contrastaba con la energía que había en la calle. Nos empezamos a mandar mensajes para que otrxs compañerxs nos manden información. A eso de las 18 Inés se volvía a su casa donde la esperaban lxs hijxs. Durante dos cuadras caminó atrás de una chica que tenía una capa verde de tela brillante que se movía. Cuando salió el sol, por la fisura de las construcciones, se iluminó la capa verde, le sacó una foto, y nos envió al grupo diciendo: esa es la Superchica.
Compramos café en el kiosco que ya es como nuestro lugar para aprovisionarnos en las marchas, y debe medir, uno por uno. Decidimos ir a la UNA, donde hacían lecturas y también íbamos a poder protegernos de la lluvia y pasar al baño. Ana sacó de la mochila una parva de tiras de color verde que había fabricado con bolsas y las fuimos atando en las rejas de las puertas y ventanas. Cuando las atamos en las rejas de una iglesia, una fotógrafa nos pidió para sacarnos fotos.
Avanzar por las avenidas era casi imposible, seguimos por los laterales y en un momento me di cuenta de que ya no tenía mi celular, pero no sabía bien si me lo habían sacado o lo había soltado. Pasamos por la vereda de MU, que estaba abierto y repleto de compañeras charlando llenas de purpurina y pañuelos. Entramos a la UNA, y estaba por empezar la lectura organizada por Aldana Antoni y Micaela Szyniak, de Mi Gesto Pank. Micaela venía del departamento de sus padres, había pasado a ducharse, porque desde hace días que en su casa estaban sin agua.
El hall de ingreso estaba llena de estudiantxs, docentxs, y varias de las poetas y editoras de Martes verde. Se había colgado una tela verde para intervenir. Nos prestaron marcadores. Ana quiso poner un verso de un poema de su mamá. Pero la cita le salió mal (no fue exacta): “…el único suceso que nos torna invencibles / es tenernos a mano” Inés Manzano.
En una sala estaban transmitiendo la sesión en pantalla gigante. Las exposiciones se abucheaban o festejaban. Y en el hall, subidas a la escalera que lleva al primer piso, con un fondo decorado por una gigantografía de la diosa Kali, empezó la lectura con Aldana, Micaela, Karina Macció, Valeria Cervero, Marcela Manuel, Sofía Almiroti. Andi Nachón invitaba a todas a leer. Algunas compañeras pasaban a leer poemas de otras que no podían llegar. Gaby Mena leyó ese poema de Gabriela Clara Pignataro que en una parte dice: observándonos a ciegas/ en las fallas del muro/ -Todas fuimos nuestro espejo-/…./ Hermana, la tormenta que se aproxima/ somos nosotras centelleantes,/ estamos en camino.
Y después convencimos a Melina Alexia Varnavoglou para que nos lea “Gatas que lloran de noche”.
En una mesa habían preparado, junto a los dispensers con agua fría y caliente, varios termos, mates y bombillas, y en otra, vasos, cucharitas, café, saquitos de té y mate cocido. Aldana y Micaela pusieron en la mesa un paquete de galletitas, y tenían más cosas en la mochila, como agua, ibuprofeno, papel higiénico, que habían llevado por si alguien necesitaba, y memes sobre lenguaje inclusivo, con los que intervinieron las paredes de los baños y pasillos.
Cuando terminó la lectura volvió Larisa, que había tenido que ir al Centro Cultural Recoleta a dar un taller que empezaba ese día. Le preguntamos cómo le había ido, si le habían dicho algo porque fue a dar la clase con la cara con dos franjas de purpurina verde, y nos dijo que estaban todxs muy contentxs de que ella hubiera ido a trabajar así, y que sintieron que podían confiar en ella.
Escuchamos a Luenzo, lo aplaudimos varias veces, sobre todo cuando dijo que si fueran los hombres los que tuvieran la posibilidad de quedar embarazados, no estaríamos discutiendo esto.
Veíamos que afuera la lluvia y el frío se habían puesto más intensos. Nos abrigamos y salimos otra vez. En la esquina cantaban la venta de cerveza diciendo que estaba helada, más fría que el corazón del presidente. Nos reímos porque tan fría no la íbamos a poder tomar. Larisa le sacó una foto a un choripanero con el pañuelo verde y un delantal de Evita.
Llegamos a la puerta del Bauen, pero estaba lleno. Pasamos a saludar a nuestra compañera Mariel Martinez a la carpa de Malajunta. Mariel tenía un dibujo de purpurina en la cara y estaba hermosa. Nos abrazamos. Le mandamos otro mensaje a Tali que seguía cubriendo las sesiones para que nos contara cómo iba, y nos respondió que estaba todo muy mal. Larisa y Mariel trataban de convencerme de que lo que decía Tali era la verdad. Es pesimista y no falla, me decían.
Estaba preocupada porque no podía comunicarme por teléfono y ya eran como las doce de la noche. Las chicas me ayudaron enviando mensajes a amigas que avisaran a amigas y así llegar hasta el teléfono de mis hijxs y de Ariel, y que ellxs no se preocuparan si no respondía. Buscaba en las caritas de las pibas la cara de mi sobrina, y en un momento fuimos a encontrar a mi hija a la carpa de La Oleada. Cuando entramos, había música y repartían bandejas de guiso, por turnos, según el barrio.
Paula, estaba con el pulóver verde con brillos, el pañuelo, la vincha con pelotitas verdes que se compró en uno de los pañuelazos, y una campera para la lluvia. Nos contó que fue con Emi, Sofi, Maca, Tomi y Tincho a cenar a la misma pizzería donde vieron perder la final del mundial 2014, y dijeron que era yeta, pero que igual ya se imaginaban que no salía la ley.
También que habían hecho una suelta de globos como homenaje a Micaela García, una compañera del Evita que la mató un femicida.
En las calles se cantaba y bailaba en medio de las ráfagas de lluvia. Larisa me prestaba su celular para que le escriba a mi hijo, que ya había vuelto a casa, y estaba escuchando las exposiciones. Casi no podía escribir porque tenía los dedos congelados. Estallaban los colores, la lluvia, y nuestros cuerpos se exponían para que mejore la vida. Una hora antes de la votación, se empezaron a desarmar las carpas para que la desconcentración fuera más fácil.
Tengo todo por aprender de las compañeras que estuvieron en la movilización del 8A. Organización, sororidad, música, mística, belleza, alegría, resistencia, perseverancia, poesía, no se… todas esas palabras que no son para escribirlas.
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* Fragmento de la payada de Gabriela Cabezón Cámara improvisada al pie del escenario y luego gritada arriba.
Nosotras ya somos libres
nosotras no nos comemos
a tu paloma guardatelá:
Aborto libre y gratuito
Aborto en el hospital!!!
Andá a rezar a la iglesia:
te espera toda de yeso
tu muy santa trinidad
y tu pobre dios torturado
que habilita la tortura
guárdatelos para vos.
Nosotras ya somos libres
nosotras no nos comemos
a tu paloma guardatelá:
Aborto libre y gratuito
Aborto en el hospital!!!
Andá a rezar a la Iglesia
metete en tu mundo loco
de muertos que resucitan
y caminan sobre el mar
de zombies que solo saben
decir vení dios mandá.
Nosotras ya somos libres
nosotras no nos comemos
a tu paloma guardatelá
cometela toda vos
total si es para milagros
que lo embarace a Bergoglio
Nosotras ya somos libres
nosotras no nos comemos
a tu paloma guardatelá.
Aborto libre y gratuito
Aborto en el hospital
Gabriela Cabezón Cámara, nació en San Isidro, Argentina, en 1968. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es escritora y periodista. Publicó: La Virgen Cabeza (Eterna Cadencia, 2009), Le viste la cara a Dios (Sigueleyendo, 2011 y La Isla de la Luna, 2012); Beya, le viste la cara a Dios, novela gráfica en coautoría con Iñaki Echeverría (Eterna Cadencia, 2013), Romance de la Negra Rubia (Eterna Cadencia, 2014), Las aventuras de la China Iron (Random House, 2017). En 2013 fue escritora residente en la Universidad de Berkeley California.
Gabriela Luzzi nació en Rawson, Argentina, en 1974. Publicó El resto de los seres vivos (Editorial Conejos, 2016), Warnes (Eloísa Cartonera, 2016), Un alhajero sin terminar (Santos Locos, 2016), Liebre (Ediciones Vox, 2015), La enfermedad, incluida en la colección “Leer es Futuro” del Ministerio de Cultura de la Nación, 2015, y Garfunkel (Eloísa Cartonera, 2014). Participó, entre otras antologías y publicaciones, de: Veni Vidi Vici, proyecto Madonna, edición a cargo de Germán Weissi y Alejandro Parrilla y 53/70. Poesía argentina del siglo XXI, Editorial Municipal de Rosario. Colaboró en el Seminario de Poesía Latinoamericana de la Universidad Nacional de Avellaneda. Lleva adelante el sello Paisanita Editora.