“La imagen ya no puede imaginar lo real, puesto que ella es lo real /…/
Es como si las cosas se hubieran tragado su espejo, y al hacerlo se han vuelto transparentes.”
Jean Baudrillard, El complot del arte
Las imágenes artísticas en la época de la reproductibilidad desquiciada
La mirada es bulímica por naturaleza, está dominada por la glotonería y es preciso atarla corto para que no nos llene la casa de basura. Inerte ante la pantalla de plasma el espectador acumula inmundicias y se atiborra de simulacros, víctima de un voraz síndrome de Diógenes amontona entre sus enseres psíquicos toneladas de discursos putrefactos e imágenes desperdicio. La hiperrealidad cancela toda ilusión y, en una suerte de crispación pornográfica, porque todo está a la vista no hay nada que ver.
Lo real es apenas un desfile de espectros en un mundo reducido a una sola dimensión: el tiempo; un mundo en el que el espacio ha sido devorado por la velocidad. Cualquier acontecimiento sufre, al instante de producirse, su propia virtualización, con una aceleración progresiva que lo conduce (lo tele-transporta) más allá del umbral que cualquier territorio puede soportar. Es imposible la pervivencia de los seres y de las cosas en ese no-espacio engullido por la velocidad, sólo pueden subsistir como signos: convertidos en mercancía. La desmaterialización que Paul Virilio asigna al arte contemporáneo quizá podamos hacerla extensiva ya a la totalidad de la experiencia de vida: no puede estar en ningún sitio, no existe más que como emisión y recepción de información.
La inmediatez es el motor del juego. El distanciamiento temporal entre estímulo y respuesta se acorta infinitesimalmente y esto, entre otras muchas consecuencias, supone un debilitamiento de la posición del sujeto que ahora, en nombre de una interacción efectiva, se ve obligado a reducir drásticamente su tiempo de reacción para adecuarlo a la simultaneidad del acontecimiento predirigido (J. L. Moraza). Consumo acelerado de imágenes que sólo puede generar ansiedad, ansiedad que sólo puede saciarse tragando atropelladamente más imágenes. Así el espectáculo se nos da por duplicado, primero como causa de la alienación y luego como falso remedio, como tratamiento que alivia los síntomas a costa de agravar la enfermedad, de forma semejante a los náufragos que se ven obligados a beber agua de mar para calmar la sed.
Nos hemos convertido en una comunidad de durmientes entubados, arrullados por las empresas del consorcio de apoyo mutuo Publicidad-Entretenimiento. Tal como -varias décadas antes de Matrix -anticipó Guy Debord, “el espectáculo es el mal sueño de la sociedad moderna encadenada, que no expresa en último término más que su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián del sueño”. Estamos atrapados, cualquier posibilidad de experiencia nos ha sido expropiada y la representación es todo lo que acontece, lo que discurre, ocupando el hueco abandonado por los hechos, definitivamente deslocalizados.
La vídeo-vigilancia considerada como una de las Bellas Artes
Las nuevas tecnologías de la vigilancia han generado verdaderas legiones de controladores del vacío, infinidad de sensores robóticos de la insignificancia. El ojo electrónico, los millones de ojos electrónicos, bajo cuya minuciosa inspección agotamos nuestras vidas, amplían su cobertura y mejoran su definición para hacerse cada día más penetrantes y ubicuos. Transparentes hasta la desaparición y obscenamente expuestos, estamos obligados a hablar sin descanso aunque no tengamos nada que decir, “las fuerzas represivas ya no impedirán que la gente se exprese, más bien la forzarán a ello” (G. Deleuze).
Paradójicamente, cuando ningún significado es posible todo quiere significar. La llamada estetización general de la existencia, que dio su último y definitivo estirón durante las primeras décadas del siglo XX en el entorno de los movimientos racionalistas de arquitectura y diseño industrial próximos a la Bauhaus, conduce, como era previsible, a la crisis de la categoría estético-artística, al radical cuestionamiento del arte como entidad auto-excluida del tráfico seglar de las imágenes y las representaciones. Los objetos y las situaciones suspiran por tener un sentido (y, a ser posible, un sentido artístico), todos los objetos y todas las situaciones reclaman ser leídos, ser interpretados, ser fotografiados, ser grabados y, por encima de todo, reclaman ser vistos, atraer espectadores y comenzar a sumar visitas.
En Mayo de 2007 se contabilizaron (1) unos 53 Millones de blogs alojados en Internet (en un ámbito como éste las cifras se quedan obsoletas en el mismo instante en que se pronuncian, y comienzan a resultar ridículas unos pocos meses después), un número que previsiblemente se doblaría a finales de ese mismo año y que, de mantener constante el ritmo de crecimiento, alcanzará en los primeros meses de 2010 un cómputo cercano a los 500 Millones de bitácoras personales activas en la Red, a las que habrá que sumar todos los web sites de empresas, organizaciones políticas, asociaciones e instituciones culturales que sitúan en Internet una gran cantidad de documentación e información detallada sobre sus actividades. En YouTube se suben cada día más de 100.000 nuevos vídeos (a un ritmo de 13 horas nuevas de vídeo por minuto); en esas 24 horas el número de vídeos vistos asciende a 100 Millones, lo que nos acercaría a los 40.000 Millones de vídeos vistos anualmente, sólo en la citada plataforma.
Y esto no es más que una pequeña parte del universo virtual de la llamada Web 2.0 en la que cada usuario tiene la opción de convertirse en productor de contenidos. “Un inagotable deseo de atención personal impulsa la parte más popular de la economía de Internet, sitios de redes sociales como MySpace, Facebook, Twitter, o Bebo, …afirman ser para socializar con otros, pero en realidad existen para que podamos anunciarnos a nosotros mismos: todo, desde nuestros libros y películas favoritas, hasta las fotografías de nuestras vacaciones de verano o los testimonios gráficos de nuestras borracheras más recientes” (Andrew Keen). Sobre esa base de recursos tecnológicos se está construyendo un nuevo modelo de subjetividad (2). El yo quiere mostrarse y la visibilidad cuantificada es quizá la única confirmación de su existencia: el espejo mágico que constata su belleza. La avalancha de microblogs, y la metástasis sin fin de los videos confesionales, son los indicadores más evidentes de un cambio de escenario; una nueva identidad se representa en esos decorados, en los cuales debemos montar el espectáculo de nosotros mismos. “La sociedad ya no exige a sus ciudadanos introspección y disciplina. Ahora pide a gritos visibilidad, celebridad, creatividad y marketing de sí mismos. Todos los días debemos ocuparnos de posicionar la volátil marca del yo en el competitivo mercado actual de las apariencias” (Paula Sibilia).
Día a día se multiplica infinitamente, en una ecuación imposible de cuantificar, el número de relatos, de imaginarios simbólicos, que se generan en ámbitos no considerados específicamente artísticos: fotografía de prensa, anuncios, videoclips y spots televisivos, jingles y vídeos publicitarios, los reality shows y las teleseries de cada día, el cómic o las llamadas novelas gráficas…, y los géneros, todavía sin nombre, que se están gestando ahora mismo en las redes telemáticas. Una esfera de conexiones en la que de forma progresivamente acelerada se implantan las vertiginosas tecnologías de distribución de productos culturales y de entretenimiento (si todavía se pueden hacer distingos), a la par que se diluye el sistema de valores que mantenía la actividad artística a salvo dentro de sus fronteras, bajo la jurisdicción de un gremio especializado.
Las imágenes artísticas se nos presentan de esta manera “inmersas en el sistema general de la imagen técnica del universo” (J. L. Brea), un sistema desjerarquizado que incluye a cualquier clase de imagen generada, almacenada, o puesta en circulación con las herramientas tecnológicas que la industria proporciona; y que pueden mostrar tanto una exploración de intestino con un catéter, como las fotografías realizadas con la cámara del móvil de una fiesta de cumpleaños, o el vídeo reportaje de un ritual de circuncisión en Nueva Guinea, planos de las cámaras de seguridad de un banco, o las tomas falsas de un concurso de televisión. No hay rangos en ese fluido de datos donde todos los códigos se cruzan y se confunden. Un movimiento crispado y convulso que -según la perspicaz imagen que Slavoj Zizec acuñó para fustigar la proliferación de pseudo-revueltas del multiculturalismo -“acaba por parecerse al neurótico obsesivo que habla sin parar y se agita continuamente, precisamente para que algo -lo que de verdad importa -no se manifieste”. El sujeto se torna fantasmal en un presente percibido únicamente como inmediatez, como sucesión sincrónica (si tal cosa fuera posible) de flashes de pantalla.
El arte pierde en semejantes condiciones toda posibilidad de un existir separado, y ya sólo será reconocible por su “voluntad política de autoinmolación” (Brea), por su actitud beligerante y crítica con los medios de producción de sentido. Una tarea de titanes, pues parece imposible mantener la capacidad de juicio, o simplemente llegar a ejercer alguna clase de discriminación, frente a una maquinaria económico/técnica de producción de imágenes que no conoce límites.
Las obras que vendrán participan ya de un interés común que permea todas las propuestas: ralentizar el fluido de imágenes y discursos para que lo que de verdad importa emerja y adquiera visibilidad; algunas incluso se cerrarán sobre sí mismas, avaras de significar, en un intento desesperado de hurtarse al rapto del sentido perpetrado por las prácticas ilusionistas de los media. Todas las nuevas propuestas comparten la voluntad de resituar sobre el tablero la dimensión moral del paso del tiempo, y cada una emprenderá por su cuenta y riesgo el camino de retorno al escenario histórico: una relocalización en el sentido inverso a la deslocalización preconizada en décadas anteriores. Se trata ahora de invertir el proceso de dislocación temporal que, según Virilio, condujo a la virtualización de las acciones mientras suceden, lo que evidentemente situaba cualquier acto al margen de la esfera de responsabilidad moral.
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(1) Andrew Keen, The Cult of the Amateur. How Today’s Internet Is Killing Our Culture, DoubleDay, 2007.
(2) Cabría preguntarse en qué medida los medios tecnológicos contribuyen a modelar la psique de sus usuarios, sobre todo las tecnologías que atañen al modo de adquirir experiencia del mundo (al modo de adquirir conocimiento), qué papel juegan en la activación y configuración de los circuitos neuronales del cerebro.
Las imágenes que acompañan este texto pertenecen a la obra: Ángel Cerviño, Purgatorio suite – 2009. Impresión digital, 290 retratos robot, medidas variables. (Rostros virtuales generados con el programa FACES utilizado por diversos cuerpos policiales para la identificación de sospechosos)
BIBLIOGRAFÍA
Roland Barthes, El susurro del lenguaje, Barcelona, 2002.
Jean Baudrillard, El complot del arte, Buenos Aires, 2007.
José Luis Brea, Un ruido secreto (El arte en la era póstuma de la cultura), Murcia, 1996.
Castro Flórez, Fight Club. Consideraciones en torno al arte contemporáneo, Pontevedra, 2004.
Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Barcelona, 1999.
Guy Debord, In girum imus nocte et consumimur igni, Barcelona, 2000.
Guy Debord, La sociedad del espectáculo, Barcelona, 1999.
Anselm Jappe, Guy Debord, Barcelona, 1998.
Allan Kaprow, La educación del Des-artista, Segovia, 2007.
Emilio LLedó, El surco del tiempo, Barcelona, 1992.
Paula Sibilia, La intimidad como espectáculo, Buenos Aires, 2008.
AA., En tempo real, a arte mentres ten lugar, A Coruña, 2001.
AA., Internacional Situacionista (1958-1969), 3 Vol., Madrid, 1999, 2000, 2001.
Reg Whitaker, El fin de la privacidad, Barcelona ,1999.
Ángel Cerviño nació en 1956 en Lugo, Galicia, España. Es escritor, artista visual y curador independiente. Ha publicado los libros: Meltemi (+Tomas falsas) (Ay del seis, 2017), Exogamia (Ediciones Liliputienses, 2017), ¿Salpica Dios como un expresionista abstracto? (Balduque, 2016), Impersonal (Amargord Ediciones, 2015), ¿Por qué hay poemas y no más bien nada? (Amargord Ediciones, 2013), El Ave Fénix solo caga canela, con el que resultó ganador del XV Premio de Poesía Ciudad de Mérida, (DVD Ediciones, 2009), Kamasutra para Hansel y Gretel (Ediciones Eventuales, 2007), y numerosos textos críticos en torno a la crisis de la representación y las nuevas prácticas artísticas en revistas, catálogos y publicaciones de arte contemporáneo.