De Lima a Chilca, de Chilca a Huaraz, de ahí a Trujillo. De la costa a la montaña. Comida, amigxs, barro milagroso y alienigenas, también.
por Diego Vdovichenko
Estoy viendo una película en Space sobre un joven luchador de kick boxing callejero justo en la parte donde la madre le habla de su padre muerto y de lo orgulloso que estaría de él. Le puse mute al tele y escribí Perú de título. Estoy en mi casa, hace calor, cerré las persianas, está oscuro, son las dos de la tarde, recién comí una tarta de verduras que cociné ayer. Hace unos días me operaron y fue en Trujillo donde sentí los primeros dolores. Trujillo lo conocí dos veces. La primera vez me quedé 5 hs. Veníamos con José de Huaraz.
El primer día salí a caminar con seis francesas que conocí en el hostel ni bien llegué. Voulez-vous marcher avec nous?
Terminamos en el Museo de Arte Contemporáneo, donde vi una obra que me sorprendió una banda, era de una cineasta venezolana que no me acuerdo el nombre (1), en donde filmaba el frente de unos monoblocks de un barrio de Venezuela y vos te parabas en un lugar con una hoja en blanco y podías como hacer zoom por las casas y escuchar las conversaciones que en los balcones se llevaban a cabo. También había obras del patrimonio del museo, anoté algunos nombres, saqué fotos.
Bueno, el primer garrón que me comí fue que la tarjeta de crédito no me andaba y tenía re poca plata, así que en vez de viajar mucho fui a pocos lugares, no hay mal que por bien no venga. Estoy viendo qué fui anotando en el cuaderno. Pensé en un poema que se llame el cielo de Antofagasta, donde pasé la noche anterior, pero no lo escribí.
Cómo hacer para que el cielo de lima no nos confunda
pasan las horas las nubes no se sueltan. En este parque
todos los gatos caminan solos.
Alguien dijo “La plaza llena de gatos mon dieu!”
un poco más allá
las personas se congregan
en un círculo de piedra
conversan bailan es de noche
en el centro del lugar
cada uno con sus auriculares puestos.
En el parque Kennedy hay una banda de gatos que andan sueltos por ahí.
Te ponen multa si el perro va suelto y sin bozal.
Somos lo que comemos
Qué decir de la comida!!! ahhh, yucas, papas a la wancaina, paltas, sopa de pollo, anticuchos de corazón, arroz, bueno de todo… hipnotizado por las dinámicas de los mercados, en las mesas los manteles de naylon a cuadrillé, las sillas, las ollas gigantes, el olor a sopa, uff, la sopa qué rica. Cómo las señoras te llamaban para que te sientes! Hacían un gesto con la mano así, como si estuvieran moviendo un pañuelo.
Lo que si no me gustó mucho fue el ceviche. Sé que es muy querido en el ambiente culinario de esta zona pero no sé, lo comí, es rico, pero no pegamos onda.
En Lima me encontré con José Laura, un poeta boliviano que conocí en el Festival de Poesía de Rosario. En el festival le comenté del viaje y se copó, me dijo de ir conmigo. Como llegué antes que él me quedé en Lima esperando.
Ahi hice contacto con Tilsa Otta y Kevin Castro, poetas de Perú.
Kevin es amante del ceviche. Me lo dijo la vez que nos encontramos en la terraza del hostel en Lima. Amante del ceviche y de la carne asada argentina. Con José habíamos comprado un pedazo de cerdo cansado que tardé como 4 horas en cocinarlo. El carbón se hizo ceniza rapido, duró poco y la parrilla estaba alta. Ahí tomamos la bebida mágica del José… El cingani. Kevin, que también amaba el cingani, sonreía. La pasamos bien chamuyando de poesía boliviana, peruana y argentina. La noche anterior nos habíamos encontrado con Tilsa Otta en el Parque Kennedy.
Fue así: estaba esperando que José caiga de Bolivia y a Tilsa que venía de su casa. El Parque Kennedy era el punto en común. Ni bien nos vimos, a los gritos nos abrazamos y de ahí a dejar la mochila del José y de ahí a un bar. En el hostel Tilsa nos paseo en el metegol. También, a los gritos, chamuyando pura fiesta hasta que en el bar Tilsa dice “no tienen canchita” y que es la canchita?
En ese momento, como si nos hubiesen escuchado, el bar comenzo a corear “canchitas, canchitas” y los del bar se pusieron a hacer.
Más tarde las trajeron, es maíz tostado con picante, riquísimo. Te tomás diez birras seguro.
Quién abrió la ventana amor
para que en este sol
ponga sus garras la paloma
deja que vuele con los suyos
ábrele la puerta del hogar.
En Chilca la temperatura cae
dale rala ponele barro en las alas
cúrale las heridas del reuma corazón
en mi lengua no sé cómo
llamar al azul de sus ojos.
La playa, el calor, el Pacífico
Fuimos a Chilca. Hay de todo, unas piletas con agua milagrosa, barro para curar, tener mellizos y además una playa inmensa con un Pacífico que te zarandea de lo lindo. Mucho sol, muy piola. Para llegar salimos en minibus hasta abajo de un puente, entre gritos y frenadas de autos, un frenesí que desorienta. El olor de la combustión, de la comida que se hace al costado de la ruta, viento, smog, sonidos. De ahí en micro como dos horas… el lugar es el desierto. Mucho calor. Hicimos dedo y no salió, es por eso que caminamos como 5 kilómetros bajo el sol llegando empapados a la playa donde no había ni un extranjero sino toda gente de la zona y de las ciudades aledañas. No es lugar de turistas es lugar de residentes.
Entre el barro y la dureza que la sal propone cuando se seca, al mar, el bramido, las olas, el zarandeo, la felicidad reunida entre el barro, la conchilla que te corta los pies, el andar por la playa.
Un dato de color: en el camino de la ruta a las lagunas de Chilca compré un aerosol para graffitear en el viaje. Otro dato de color: dicen que en las montañas que rodean al poblado, por la noche, pueden verse luces, diferentes a las nuestras, girar en círculos y hasta bajar a tierra.
De Lima nos costó irnos, es un lugar que te atrapa. El cielo nunca lo vimos, siempre nubes. De ahí, salimos al centro a ver qué pasaba y justo salía un micro para Huaraz.
Y si mi cuerpo no es la parte blanda de la montaña sabré que aún no soy la montaña
cómo se dice al sonido
sin pronunciar ningún ruido
como se caen esas hojas
lejos de casa una rosa
suena contenta con calma
viene moviendo su cuerpo
baila la danza
mueve la panza
deja que el viento
cante contento
ríe un poquito
bien despacito
que si despierta
ponte en alerta.
Si pudiera explicar mi amor a las piedras te daría una
Para llegar a Huaraz corrimos de colectivo en colectivo hasta el centro de Lima, un calor que ni te cuento, encima cuando llegamos, el micro que ya se va, que sacamos los pasajes, que pierdo el mío pero ya estoy arriba y que arranque que ya pagué y que en la otra terminal vas a ver en el sistema te sale y qué piola que sos, gracias gracias.
Durante el recorrido de Lima a Huaraz pueden verse los cambios que el paisaje produce. De la urbe y el cemento, al desierto que a kilómetros comienza a ponerse verde, frondoso, la tierra que crece, montañas nos acompañan, un zumbido de oídos y acá estamos, entre piedras, plantas y montañas.
Paramos en un hostel donde conocimos gente muy piola y como en todo viaje latinoamericano, vivía una argentina, Luciana. El lugar lleva el color de la montaña, la escalada y caminar.
Luciana tenía un negocio al lado del hostel en donde nos prestó zapatillas para hacer boulder y unos crash para caer. Ahí la conocimos a Claudia con quien pegamos muy buena onda y que un día nos acompañó a escalar unas piedras que había en las afueras del lugar.
Subir la piedra con las propias manos es una sensación hermosa. La primer mañana se madrugó porque fuimos a subir la Laguna 69, que queda por la quebrada Llanganuco. Salimos a las 5 de la mañana y fuimos hasta Cebolla Pampa a 4000 metros de altura. De ahí se comienza la caminata ascendente de unas 3 hs hasta los 4500 mts de altura donde está la laguna. En el camino pueden verse las lagunas de Llanganuco.
Me acuerdo que fui uno de los primeros en llegar, estar solo ante eso desorienta. Estaba muy cansado, muy transpirado y lo primero que hice fue quedarme en cueros frente al sol y el glaciar. La laguna tiene un color turquesa de piedra. Estuve bastante tiempo solo, me dormí un poco. Cuando llegó José nos quedamos tirados en la piedra comiendo fruta, frutos secos, tomando agua de los ríos, casi sin hablar. Volver se hizo complejo pero no tanto, vas como cayendo. El rebote de las piernas y el equilibrio es lo que más cansa. A la vuelta nadie hablaba, el silencio una ristra de personas del cansancio.
A la tarde nos encontramos con Luciana y Claudia que estaban con César y “el mostro” Víctor, unos escaladores muy piolas. Chamuyamos un rato y como veníamos de la laguna y ellos de escalar un pico dificil dijeron de ir a tomarnos unos chuchu ua a un lugar que es un bar pero de bebidas medicinales con alcohol. Lo describo así porque no se bien cómo llamarlo. La cuestión es que es un lugar con mesitas, lleno de gente de todas las edades donde unas personas con guardapolvo entre yuyos y botellas te arman unos tragos gigantes calientes muy buenos y muy fuertes. El chuchu ua es uno de ellos. Parece caña caliente pero no es caña. Te sube un calor zarpado a la cabeza y se distribuye por todo el cuerpo. Los ojitos como que se te explotan. Así que nos tomamos como cuatro y salimos a yirar por ahí.
Cosas que me llamaron la atención en Huaraz:
-La comida riquísima.
-La lluvia: a las 3 llovía hasta las 5, los tres días fue igual. Banda de agua cayendo y después listo.
-La música.
-El mercado central.
-Las máscaras colgadas en el hostel.
-Los perros de la calle.
-La historia del terremoto y el alud que tapó la mitad del pueblo.
-Los afiches colorinches.
-Las piedras gigantes que hay por todos lados.
Minerales en las rocas
tañen las gotas caer
dejan la luz y rebotan
colores como arcoiris
son cristales con el tiempo.
Para los descubridores
que piedras hay como soles
algunas te nombraré:
ópalos amatistas crisocolas
calcitas obsidianas fluoritas
jadeitas piritas jaspes
cuarzos agatas chalcantitas
rodocrocitas carbones celestinas
marmitas turmalinas entre otras
el agua les da la vida
el sol les da el color.
De ahí a trujillo, la primera vez. Llegamos nos encontramos con Olivia y Francisco de México. Desayunamos en la casa donde vivió y estudió Vallejo mientras estuvo en Trujillo, que ahora es un restaurante, y de ahí salimos para Santiago de Chuco. Había que ir a las afueras de la ciudad, hablar con unas personas, subirnos a un auto y salir, casi doscientos kilómetros, a muy poca velocidad, porque lo que se sube es una montaña.
¿Sabías que hay personas que viven en la montañas que rodean Huaraz y que probablemente nunca pero nunca bajaron de ellas?
(1) La obra en cuestión se llama Superbloque, y la artista es Mariana Rondón.
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Diego Vdovichenko nació en Rosario del Tala, Argentina, en 1985, pero creció en Bahía Blanca. Vive en La Plata donde da clases de prácticas del lenguaje en escuelas públicas. Publicó La fresca junto a Victor Gonnet y Gastón Andrés (Editorial pujante, 2010), Hasta acá (La Propia Cartonera, 2012) , Creo en la poesía (Iván Rosado, 2015), Las Piedras (Gog y Magog, 2015), Volver a la escuela (Club Hem, 2015), La canción que más nos gusta (Neutrinos, 2015), Esos pájaros (Editorial Alas, 2017) y Cuaderno verde con ilustraciones de Julia Cisneros (edición casera, 2018).