La editorial Sexto Piso editó recientemente, completos, Los Cantos de Ezra Pound, en una nueva traducción de Jan de Jager. Aquí dos cantos (I y XVII) y algunos apuntes de la versión.
por Jan de Jager
Los Cantos de Ezra Pound constituyen una de las obras poéticas más trascendentales del siglo XX. “Galimatías y esplendor” fue la definición de Octavio Paz, y quiero suponer que se refería, por un lado, a esos momentos de belleza lírica que cortan el aliento, y por el otro, a esos saltos asociativos, collage de fragmentos, alusiones crípticas y guiños cómplices a un lector ideal.
Ofrezco aquí dos Cantos de mi nueva traducción de los Cantos completos: el primero, el más “épico” de todos, que nos presenta la imagen de Ulises en el momento de su partida en dirección al reino de los muertos. A continuación del Canto I pongo el Canto XVII, sin duda uno de los más “líricos” de toda la obra. Esta selección no es arbitraria.
Al final del Canto I, el lector se encuentra con un abrupto “So that” (que yo traduzco “De modo que”) seguido de dos puntos. Dieciséis cantos después, el poeta retoma ese “So that” para utilizarlo como punto de partida del canto XVII:
“So that the vines burst from my fingers…”
He procurado en mi traducción respetar las prioridades y las idiosincrasias de Pound.
Las prioridades: la musicalidad de la frase (no la del metrónomo), las imágenes de
alto voltaje poético: los detalles luminosos, los términos inesperados pero precisos.
Las idiosincrasias (por mencionar algunas): la forma discontinua, los saltos abruptos,
el arcaísmo, el uso y abuso de términos en otras lenguas y alfabetos.
Por último, creo oportuno recordar las palabras de T.S. Eliot: “Un buen poema funciona aun antes de que se lo comprenda.”
Canto I
Y entonces descendimos a la nave,
Enfilamos quilla a la rompiente, a la mar divina, y
Erguimos el mástil e izamos la vela en la nave prieta,
Embarcamos ovejas y nuestros propios cuerpos
Agobiados de llanto, y los vientos en popa
Nos impulsaban con velas panzudas,
De Circe esta nave, la diosa del peinado minucioso.
Nos sentamos en el sollado, el viento trababa el timón,
Y con velas tirantes cruzamos el mar hasta el final del día.
El sol a su modorra, sombras cubren el océano,
Llegamos a los confines de las más altas aguas,
A las tierras cimerias, y ciudades pobladas
Cubiertas de niebla de apretada trama, jamás perforada
Por destello de luz solar
Ni tachonada de estrellas, espiando desde el firmamento
La noche más prieta amortajaba a estos infelices mortales.
El océano revertía su curso, llegamos entonces al sitio
Que Circe predijo.
Aquí Perimedes y Euríloco realizaron los ritos,
Y empuñando la ceñida espada
Excavé el hoyuelo de un codo de ancho;
Derramamos libaciones para cada muerto,
Primero la hidromiel y luego vino dulce, agua mezclada con harina blanca.
Entonces recé muchos rezos a esas tétricas calaveras;
Como se usa en Ítaca, toros estériles de los mejores
Para el sacrificio, amuchando ofrendas en la pira,
Una oveja sólo para Tiresias, negra y con un cencerro.
Obscura sangre fluyó a la fosa,
Almas del Érebo, cadavéricos despojos,
De doncellas muertas el día de su boda,
De jóvenes y ancianos que mucho soportaron;
Almas maculadas de lágrimas recientes, tiernas niñas,
Hombres tantísimos, eviscerados con lanza de bronce,
Despojos de batalla, empuñando sus armas aún sangrantes,
Todos estos me atosigaban; con sus gritos,
Con palidez, clamando a mis hombres por más víctimas;
Faenamos los rebaños, ovejas a bronce abatidas;
Derramamos ungüentos, clamando a los dioses,
A Plutón poderoso, alabando a Proserpina,
Desenvainada la filosa espada
Me planté para apartar a los impetuosos impotentes difuntos,
Hasta que pudiese oir a Tiresias.
Pero primero vino Elpénor, nuestro amigo Elpénor
Insepulto, yerto en la dilatada tierra,
Sus miembros que dejamos atrás en la casa de Circe,
Sin lágrimas ni mortaja sepulcral, urgidos por otros trabajos.
Lastimero espíritu. Y exclamé con palabras presurosas:
“Elpénor, ¿cómo has llegado hasta esta oscura costa?
“¿Has venido a pie, aun así aventajando a los navegantes?”
Y él con graves palabras:
“El hado adverso y el vino abundante. Dormía en la morada de Circe.
“Y bajando por las altas escaleras, descuidado,
“Di contra el contrafuerte y caí,
“Desnucándome, y el alma buscó el Averno.
“Pero tú, Oh Rey, te imploro me recuerdes, al inllorado, insepulto,
“Amontona mis armas, sea mi tumba en la playa y su inscripción:
“Un hombre sin ventura, y su nombre por venir.
“ Por estela, el mismo remo que fatigué junto a mis compañeros”
Y vino Anticlea, a quien aparté de un golpe, y luego Tiresias el tebano,
Alzando su vara dorada, me conoció, y habló primero:
“¿Por segunda vez? ¿Por qué, hombre desastrado,
“Ante los muertos sin sol y en esta región infeliz?
“Apártate de la fosa, déjame mi beberaje sanguinario,
“para inspirar mi vaticinio”
Y di un paso atrás,
Y él, vigorizado con la sangre, dijo: “Odiseo
“Retornarás atravesando un Neptuno hostil, por oscuros mares,
“Perderás a todos tus compañeros.” Y entonces vino Anticlea.
Quédate quieto, Divus. Me refiero a Andreas Divus,
In officina Wecheli, 1538, basado en Homero.
Y navegó pasando Sirenas y de allí desviando mar afuera
Y hasta Circe.
Venerandam,
En la frase del Cretense, Afrodita de la dorada corona
Cypri munimenta sortita est, hilarante, orichalchi, con doradas
Cintas y pechera, tú, la de oscuros párpados,
Portando la rama dorada del Argicida. De modo que:
Canto XVII
De modo que las viñas brotan de mis dedos
Y las abejas cargadas de polen
Se mueven pesadas entre los brotes.
chrrr – chrrr – chrr-rrkk – un sonido como de ronroneo,
Y los pájaros adormilados en las ramas.
zagreus! io zagreus!
Con la primera pálida claridad del cielo
Y las ciudades engarzadas en sus colinas,
Y la diosa de las agraciadas rodillas
Avanzando, con los robledales al fondo,
La ladera verde, con mastines blancos
saltándole alrededor;
Y de allí hacia la desembocadura del arroyo, hasta el anochecer,
El agua espejada ante mí,
y los árboles creciendo en el agua,
Troncos de mármol surgiendo de la quietud,
Pasando los palazzi,
en la quietud,
Esta luz ahora, no del sol.
Crisoprasa,
Y el agua de un verde límpido, y límpido azul;
Adelante, hacia los altos acantilados de ámbar.
Entre ellos,
La Gruta de Nerea,
la que es como una grande y curvada valva,
Y la nave arrastrada sin sonido,
Sin olor a astillero,
Ni grito de pájaro, ni sonido alguno de ola que se mece,
Ni chapuzón de marsopa, ni sonido alguno de ola que se mece,
Dentro de su gruta, Nerea,
la que es como una grande y curvada valva,
En la suavidad de la roca,
el acantilado verde gris a lo lejos,
en la cercanía, los acantilados portales de ámbar,
Y la ola
límpido verde, y límpido azul,
Y la caverna blanca como la sal, violeta como un fulgor,
fresca, lisa como el pórfido,
la roca bruñida por el mar.
Ningún grito de gaviota, ningún ruido de marsopa
La arena como de malaquita, y nada de frío allí.
la luz – no del sol.
Zagreo, alimentando a sus panteras,
el césped claro como en una colina a plena luz.
Y bajo los almendros, los dioses,
con ellos, choros nympharum. Dioses,
Hermes y Atenea,
Como aguja de brújula,
Entre ellos, temblaba –
A la izquierda está el lugar de faunos,
sylva nympharum;
El bosque bajo, matorral de zarzas,
la cierva, el cervatillo jaspeado,
retozan entre las retamas,
como hojas secas entre las amarillas.
Y por una quebrada entre las colinas,
el gran trocha de Memnon.
Por detrás, el mar, crestas que se ven por sobre las dunas,
El mar de noche revolviendo cantos rodados,
A la izquierda, la trocha de los cipreses.
Llegó una nave,
Un hombre asía la vela,
Guiándola con el remo trabado la borda, diciendo:
“ Allí, en el bosque de mármol,
“ los árboles de piedra – surgiendo del agua –
“ las pérgolas de piedra –
“ hoja sobre hoja de mármol,
“ plata, acero sobre acero,
“ picos de plata surgiendo y cruzándose,
“ proa enfrentada contra proa,
“ la piedra, pliegue sobre pliegue, pli sur pli,
“ las vigas doradas se inflaman en la noche”
Borso, Carmagnola, los hombres de oficios, i vitrei,
Hacia allí, en cierto tiempo, una y otra vez, tiempo tras tiempo,
Y las aguas más espléndidas que el vidrio,
Oro de bronce, el resplandor sobre la plata,
Cubas de tintura a la luz de las antorchas,
El brillo fugaz de la ola bajo las proas,
Y los picos de plata alzando y cruzándose,
Árboles de piedra, blancos y rosaditos en la oscuridad,
Cipreses junto a las torres,
Flotan en la noche bajo cascos de naves.
“En la penumbra el oro
atrae junto a sí toda la luz.”…
Tendida ahora en su madriguera, las zarzas haciéndole medio arco,
Un ojo para el mar, a través de esa mirilla,
Luz gris, con Atenea.
Zothar y sus elefantes, el taparrabos de oro,
El sistro, sacudido, sacudido,
las cohortes de sus danzantes.
Y Aletha, en el recodo de la costa,
con los ojos puestos en el mar,
y en sus manos, despojos marinos
Relucientes como la sal por la espuma.
Koré a través de la pradera iluminada,
con polvo verde gris en el pasto:
“Para esta hora, hermano de Circe.”
Con su brazo por sobre mi hombro,
Vi el sol por tres días, el sol leonado,
Como un león en un arenal;
y ese día,
Y por tres días, y ni uno más,
Esplendor, como el esplendor de Hermes,
Y embarcado desde allí,
hacia el lugar de piedra,
El blanco pálido, sobre el agua,
agua conocida,
Y la blanca foresta de mármol, rama acodada sobre rama,
La trenzada pérgola de piedra,
Hacia allí Borso, cuando le dispararon la flecha barbada,
Y Carmagnola, entre las dos columnas,
Segismundo, después de ese naufragio en Dalmacia.
Puesta de sol como el saltamontes en vuelo.