un día en la vida de Carolina Rack
La mañana
Casi no trabajo de mañana, y las mañanas que trabajo suelen ser un bardo de organización. Preparo el desayuno y le doy tiempo, charlamos con mi hijo Omar y con Christian, aprovechamos que su hermano mellizo duerme todavía, Omar me pregunta cosas de mi ex casa, en la que yo vivía cuando era chica y que está al lado de la casa donde vivimos ahora. Es un tema de conversación que le gusta, que le cuente de cuando era chica, qué dibujitos miraba, esas cosas. Todas las mañanas que trabajo es lo mismo, miro el reloj y me doy cuenta de que hay que activar, lo despertamos a Lino con besos. Las mañanas son la mejor parte de la maternidad, lejos. Todo lo que viene después es mucho más complicado. Vestirnos, sacar el auto, subirnos, estacionar doble fila frente a la casa de madre, dejar a los chicos, seguir camino al trabajo. Esa parte me gusta, camino al trabajo escucho música, alguna que me guste mucho la letra, hoy fue Cuaderno de Rosario Bléfari, que es una canción escolar, también, analizo llevarla a clase pero no le encuentro el motivo todavía.
En el aula sale todo bien, el grupo de alumnas es re piola, la mayoría para mí son desconocidas pero todas están ahí sonriendo, miran a los ojos, puff, cuando me levanto optimista como hoy pienso que eso ya es terreno ganado, que es un montón. Les doy una actividad que le robé a otra escritora: dibujar su silueta y escribir adentro todo lo que les gusta de ellas y afuera lo que no; después dibujar una escuela y hacer lo mismo. Al toque les divierte, porque dibujar es algo que no se usa mucho en el nivel superior. Algunas sacan marcadores de colores, genial. El resto del tiempo re fluye, porque es un ejercicio para abrirse y a la mayoría les copó; dicen que tienen miedo, inseguridad, pero que son responsables y curiosas, se presentan bien, una dijo que es medio bruta, otra muy sensible, analizamos si ser sensible o medio bruta es un beneficio o un problema para dar clases. La escuela es un lugar difícil.
A las chicas les cuento una anécdota reciente que además traigo acá porque me persigue como una pesadilla pero también como una advertencia, creo. El viernes pasado, en el horario de entrada a una escuela primaria, vi que un nene chiquito, seguro del primer año, salió escapado, corriendo re picando de la escuela, detrás iba un maestro o profe, no sé, y lo atrapó, le costó, quiso hacerle upa pero el nene se resistía, lloraba un montón y se agachaba para que al hombre le cueste sostenerlo; apareció detrás una mujer, tal vez maestra o directora, y le hablaba pero el nene seguía ahí, metido adentro del llanto, de cuclillas, los ojos re abiertos moviéndose para todos lados menos para la escuela, miraba a la calle, una avenida grande que estaba ahí nomás como un monstruo que se lo podría devorar; el hombre al final le pudo hacer upa pero el pibe seguía llorando y gritando, pegando patadas y moviendo mucho los brazos, se le salieron las zapatillas y en la maniobra el hombre se tropezó con un bicicletero, casi se caen, pero logró equilibrio y con ayuda de la señora maestra o directora, no sé quién era, entraron el nene a la escuela.
Les dije a las chicas que esa escena me dejó pensando, que todavía no sé muy bien qué respuesta darle, además de las obvias, del deseo de que la escuela no sea una cárcel y todo eso. También les pedí disculpas por llevarles ese relato tan negro, ayer habló el presidente en la tele, no quise verlo pero me llegaron sus frases y además estamos a principios de año y no convocan a paritarias ni hay ánimos de pagarnos lo que nos corresponde así que este escenario, que es la realidad pensada desde un lugar de la justicia social, es bastante una mierda y la llevé al aula porque fuera de esto que pasa yo no sé dar clases.
El día está radiante afuera, el instituto está enfrente del campo, por eso la temperatura, la intensidad del sol, son otras desde ahí. Hoy me levanté optimista y este se convierte en un momento en el que me siento muy espléndida, en el auto suena Welcome to my world de Elvis que por supuesto canto casi a los gritos, mientras me crecen patillas y charreteras brillosas que hacen destellos, refractadas por este sol de mediodía.
Brevísimo mediodía
El almuerzo es en casa de madre, donde dejé a Lino y Omar, esta vez también está mi sobrino Vicentino, que es vegano, así que la mesa está más llena de comida que otras veces: hay variedad de ensaladas, papas al horno, pastel de lentejas, milanesas; mis hijos no paran de hablar, como siempre, pero hoy un poco más, porque está su primo adolescente, a quien ven como un líder, necesitan de su atención, también se pelean un poco, llega papá y después Christian; hay mínimo tres conversaciones simultáneas: una es siempre sobre la comida, cómo está preparada, de dónde son los productos, esa es madre que disfruta de prepararnos comida y vernos comer, que mide su tarea evaluando nuestras fauces. El tiempo de almuerzo en épocas de clase es breve: una hora, después ponemos los guardapolvos del jardín para Lino y Omar, los subo al auto, en el jardín nos despedimos con muchos abrazos porque sabemos que hoy hasta la noche no nos vemos.
La hora de la siesta que no duermo
Cuando me siento en el escritorio para escribir en la computadora, el gato, un nuevo integrante de la casa, se sienta sobre mi falda, es manso y peludo, se hace querer fácil y su insistencia en mi falda es la que me obliga a quedarme un rato más sentada; tengo que agradecerle eso al gato, sus enseñanzas de gato. Chateo con una amiga, estuve leyendo su libro de poesía porque quiero decir algo sobre él y las cosas que pasan cuando lo leemos, pero terminé hablando de lo que me cuesta el ejercicio de la escritura (oh, el mal de la amiga autorreferencial que suelo ser, sí), porque lo abandoné un poco, porque no puedo mantenerlo en forma diaria y también le conté de este registro, de lo difícil que me resulta encontrar un momento de silencio o de quietud de la cabeza o del cuerpo. Estoy armando el cuarto propio de escritura en lo que solía ser el cuarto oscuro de Christian pero todavía es un pendiente y lo sufro un poco cada día. Sin silencio no puedo escribir. En realidad no quiero, ya lo dijeron un montón de poetas antes, escribir es un refugio. También es un poco egoísta. Si lo paso por el tamiz moral, escribir es una actividad personalísima porque primero es para unx y solo para unx. En cambio, participar de asambleas en el sindicato, colaborar para un acto en la plaza con el partido, organizar una clase pública, llevar conversaciones sobre la realidad al aula, son hechos concretos que podrían, tal vez, ayudar a que cierto orden de cosas cambie. Y ahora yo creo más urgente que ese orden de cosas se modifique o, al menos, se vea como algo que debe y puede cambiarse. Entonces ahí la poesía se me vuelve un lugar de ocio personal, una paja cerebral de la onanista letrada. Participo, lo sé, de una discusión tan vieja como la palabra, pero que todavía no se cierra.
Y mientras chateo, entre los huecos de la conversación, planifico una clase de sociolingüística, que suelo notar un poco dura, porque la teoría no siempre llega a tocar la fibra de la realidad cotidiana, y encuentro unos poemas de Gelman y una frase que usó Tuñón para prologar un libro de Gelman: “Los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo” La cita es de Shelley y no sé por qué ni cuándo la habrá dicho, pero qué cierta. Los poetas podrían legislar nuestro hacer o modo de ver el mundo, si los dejáramos en nuestras faldas un rato más, eso pienso. Y así me vuelvo a amigar con la poesía, pero también entiendo que no puedo, al menos yo, no puedo escribirla ahora desde la urgencia, porque se me vacía rápido, se pudre, mi tarea ahora es leer poesía y compartirla.
La tarde
Llevo a la clase de sociolinguística, a la segunda clase del año, un poema de Gelman, ese de Se sienta a la mesa y escribe. Todavía no sé si el poema de Gelman produjo algo, este grupo de estudiantes es más bien callado. Igual con la poesía nunca se sabe y terminás en lugares que no esperabas.
Por ejemplo, con este mismo grupo de estudiantes, que es muy hermoso y me sorprenden con su dedicación y voluntad de súper alumnxs, tuvimos una experiencia de esas que van a ser recordadas: en otra materia, el viernes pasado, leímos algunos poemas de la Antología de Spoon River, íbamos en plan analítico, considerando semejanzas con Trabajar cansa de Pavese, también nos reíamos un poco de los personajes y sus cruces, leímos al azar ese poema de la mujer que cuenta sobre un abuso, el del borracho, el del que le envidia el éxito a sus hijos, todos crudos sí, yo los iba tomando como ejemplos de humor negro, o eso me decía a mí misma. Sin embargo, después, cuando les propuse que escriban un poema pastiche de los de Edgar Lee Masters, lxs chicxs escribieron, en su mayoría, unos en un tono muy serio, eligieron tomar la voz de personas que conocieron y fueron muy respetuosxs en esa escritura. También sus poemas les permitieron compartir algunas experiencias muy bravas, muertes inesperadas, por ejemplo, y fue así como nos dimos cuenta de que, de lxs que estábamos ahí, en ese aula, tres perdimos hermanxs y eso armó una pequeña cofradía circunstancial de tristeza hermanada desde donde lagrimeamos; además, como el lugar, tan escolar, tan salón pintado de beige iluminado con reflectores, no es el habitual para este tipo de intercambios de fluídos y humores, también sonreíamos o reíamos y no terminábamos de largar el llanto. Quedé perpleja y dije un montón de pavadas para reunir ánimos. Terminada la clase llegué a casa y enseguida le conté a mi amigo César, mientras compartíamos un vino, lo que había pasado y después a mi compañero Christian y al otro día se le conté a mi amiga Emilia, porque estas cosas que pasan en clase tienen un poder propio pero sobre todo, a veces, son medio misteriosas, guardan algún secreto y también refuerzan una certeza: la literatura es la que puede todo: hacer hablar y llorar a un grupo callado, dejar en silencio a una profesora parlanchina. No hay religión más encantadora que ésta, la de las palabras que encantan.
La Tardecita
Hice trampa y les conté algo de otro día, no de éste.
La noche
Llego a casa después de yoga, hacemos una cena rápida, los chicos quedaron con César que ya les dio algo de comer. Nos sentamos César, Christian y yo a la mesa, hay arroz y huevos duros. La cena también es rápida, lavamos los platos, turnamos unas duchas apuradas y armamos la última escena familiar del día.
Lino y Omar eligen libros para leer antes de dormir, otra vez es El menino de Isol. Lino lo elige porque es fanático de los bebés, a Omar le divierte porque tiene dos o tres páginas escatológicas que le dan risa. Nos vamos los tres a leer en la cama grande, por supuesto que es este uno de mis momentos preferidos de la vida entera. La rutina indica que cuando termina el libro deben ir hasta su cuarto, los acompaño para arroparlos bien. Omar se duerme enseguida, Lino sigue hablándome un rato más desde su cuarto, pregunta otra vez cuál es mi animal favorito y que cómo nace, si de una vulva o de un huevo, es últimamente el protocolo para sostener un poco más una charla que se va apagando a medida que lo acalla el sueño.
Me queda un resto todavía, desde la cama leo unos capítulos de Eros el dulce amargo de Anne Carson, subrayo su teoría sobre las letras y el borde del lenguaje, sobre lo que el tiempo le hace a los amantes, le saco una foto a esta cita:
El tiempo observa desde las sombras
y tose cuando ustedes están por besarse
W.H. Auden “Una tarde”
la voy a subir a redes unos días más tarde. Escribo esto ahora, pasado un tiempo y no recuerdo muy bien qué hice después de esa noche, debo haber besado a Christian en clave de despedida hasta el otro día, la cama es grande y durante el sueño realmente somos dos cuerpos separados, la despedida tiene sentido y el beso también.
Carolina Rack nació en Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires, en 1981. Es profesora y licenciada en letras (UBA). Desde el año 2005 es docente en diferentes ámbitos y niveles vinculados a la literatura. Publicó Rubios naturales (Vox, 2013), poesía, Las Fórmulas (Overol, 2017), cuentos, y Upé y Epú. Epupeya en once cantos y un encanto (Editorial Maravilla, 2018).