Invitamos a dos poetas amigos, Mario Arteca y Horacio Fiebelkorn, a que elijan un poema que funcione como arte poética, a que comente cada uno un poema del otro y a que nos hablen un poco de La Plata, ciudad en la que viven y escriben. Y agregamos más versos, y completamos el combo con fotos estenopeicas, platenses y espectrales, de Gustavo Ciancio.
Un poema como posible arte poética
Mario
Hay un libro mío, “El pronóstico de oscuridad”, que son de esos textos que a uno le sirve para afianzar conceptos, al menos los pocos de los que uno echa mano. En ese libro, contagiado por la lectura de Charles Simic, me di cuenta definitivamente de un valor superior en la poesía, que es el de la capacidad de invención. La invención como forma de desmentir el plan original de escritura. Es lo que me gusta llamar “el segundo asombro”, porque tras “asombrarse” con la lectura de un determinado autor (también me pasa con Ashbery, Viel Temperley, Bustriazo Ortíz, Calveyra, Ben Lerner, etc.) y después ponerse a trabajar la escritura, este concepto te obliga a ser otro, es decir, alguien que no se enamora del primer garabato, y no ser estrictamente fiel a los impulsos. Hay un poema en ese libro que se titula “Por si oscurece”, un laburo tal vez sombrío, sin demasiadas palabras (raro en mí), donde se refiere a una presunta amenaza, desde climática hasta existencial, más bien personal, y que termina con dos policías que le preguntan a alguien si vio una persona determinada, con características determinadas, y enseguida quien escribe y relata tampoco conoce qué ha hecho esa persona que es buscada. Eso me parece la poesía, en un punto: el hallazgo de un momento de suspensión del sentido, para encontrar otro en forma inesperada, pero que como poeta se debe refrendar, porque es la salida lateral de cualquier proceso creativo.
Por si oscurece
La noche avanza. Mantengámonos juntos, es de noche. La tormenta vuelve, creció en paz, con la maleza encima y un pañuelo como árbol. Quedémonos quietos.
El viento avanza. Y los que están en el límite saben qué se les avecina, como si estuvieran dentro de un silbido de colectivos frenando a coro en tiempo muerto.
“La señora me encargó de decirle que se queda a dormir…”.
Va tras ella. Fue él. Nadie podrá decir que no se ha defendido.
Dos policías azules se sientan en el cordón de la vereda y detienen gente. Que si no han visto a uno con la cara colorada y el pelo amarillento. Lo que ha hecho o va a hacer, aún no lo saben.
Horacio
Podría pensar en aquel poema del pájaro en el palo. No fue concebido como “arte poética” pero podría funcionar así. Aunque me cuesta llevar el asunto más lejos. Como lector incluso me aburre cuando un autor mete el tema “poético” en sus poemas, como una disculpa ante un “destino” que no sabe o no puede o no quiere conjurar.
Pero vuelvo a lo primero. En el texto que mencioné se enlazan la memoria y la ficción, combinados en una observación falsa de una escena imposible y una voz popular, “pegar en el palo”, algo que “casi” es pero no fue. No faltó quien piense que se trata de un arco de fútbol. No era así, era un palo nomás. Como sea, el texto plantea casi explícitamente los interrogantes que genera la imagen del pájaro impactando contra un palo. “En las avenidas, en los caminos de cintura”, etc. Podría surgir la pregunta: dónde está lo “real”? Pues en la base. Sin lo “real” no hay nada, más allá de que el texto escape de toda forma de mimesis y tenga un aire “misterioso” que sin embargo no le impidió ser uno de mis poemas acaso más “populares” o difundidos.
Un pájaro pega en el palo.
En las avenidas, bajo los árboles,
en los caminos de cintura,
quieren saber qué pasa con el cruce
de un pájaro y un palo,
qué fue del pájaro después del palo,
qué quedó del vuelo, dónde
cayó lo que volaba, qué marca en el palo
dejó aquello que venía y sacudió el aire,
quién puso ahí ese palo, cómo fue,
de dónde vino lo que se estrelló.
Nadie vio nada, nunca se sabe
qué música suena
en el cuerpo de un pájaro
que pega en el palo.
Mario sobre un poema de Horacio
Elijo el mismo poema, el del pájaro en el palo, por varias razones. 1) Porque pone en zona de disputa el azar y la conveniencia de la validez de los hechos, en sí mismos líricos; 2) Porque dibuja un escenario de posibilidades donde podría haber ninguna (el destino del ave y del palo, calculo telegráfico); 3) Porque el destino es un asunto de otros, ligado a las creencias, y el choque de ese animal es asunto de esas creencias, no de incrédulos. Las preguntas son cuestiones cuya respuestas la poesía no resuelve, sino que las demora.; 4) Y el tema del después: quién puso ese palo es dominio del trabajo; y desde donde vino; y luego el ave, que luego se estrelló y produjo un sonido no reconocible, es pasto para hermeneutas. Son 4 variables de lectura para una lectura atenta. Horacio siempre conforma escenarios donde la comodidad es un hecho demorado.
Horacio sobre un poema de Mario
En cuanto a mi poema preferido de Mario, es el que da título a su libro “El pronóstico de oscuridad”. Por lo siguiente: en ese texto se abre paso una imaginería potente, entre la fronda discursiva habitual de un autor cuya poética suele afirmarse en un tipo de explicación interminable y disparatada: Mario nos “explica” para que entendamos cada vez menos. Allí reside su alto poder perturbador. Como en aquel viejo relato de Levrero, en el que un tipo se pone a desarmar su encendedor, y cada movimiento deriva en piezas más grandes de un artefacto que ya no se sabe si es un encendedor. Bien: esa es la dominante en Mario, una explicación continua que oscurece todo. Pero en el texto que digo el autor se transgrede a sí mismo (y este suele ser un momento muy interesante en la obra de muchos): ya no se empacha incrustando teoría, directamente cita a Simic:”La tarea del arte es transformar, lenta, penosamente, el Uno en el Otro”. Idea que, dicho sea de paso, se me asocia con unos versos bellos y certeros de Ferreira Gullar:
Traducir una parte
en la otra parte
-que es una cuestión
de vida o muerte –
¿será arte?
Volvamos a Mario: el nudo conceptual no desaparece, pero se fija con aire de desafío: “Hay partes sin todo. Arbol sin bosque. Que la humanidad sea un conjunto de individuos no consigue con ello llamarse totalidad”.
Si la perspectiva, entonces, no es la totalidad sino “la falta”, sólo nos queda la poesía.
El pronóstico de oscuridad / Mario Arteca
“La tarea del arte es transformar, lenta, penosamente, el Uno en el Otro” (Ch. S.).
En el arte de descomponer números está el germen de la multiplicación. Se elabora pues desde el desmontaje, que es la matriz de todo taller de creatividad.
Separar, para después unir.
Una taza se desquicia por el impacto en el piso: jamás volverá a ser la misma. Lo sabe el niño que la desplazó mediante juegos, sin medir consecuencias. Los mendrugos de cualquier objeto se vuelven anteriores al objeto, no su sujeto repartido.
Un objeto es un todo naturalizado por el sujeto, que impregna por inercia el destino del objeto.
La tarea de transformar siempre es perentoria, y la pregunta siempre revé la manera de poblar la materia perdurable.
No estamos en posición de multiplicar el infinito; eso es tarea de un mundo tan subterráneo que no quiere ser mundo, sino una porción del invierno general, añorando cualquier luz como invención del pasado.
Hay partes sin todo. Árbol sin bosque.
Que la humanidad sea un conjunto de individuos no consigue con ello llamarse totalidad.
Decía Simic: “Mi ángel de la guarda tiene miedo a la oscuridad”; si creés en esos sujetos tenés motivos suficientes para poner en funcionamiento tu pesadilla. Pero nadie incauta para sí las manos en el fuego.
¿Hay algo más oscuro que los símbolos anecoicos de Saussure, bailando para la orgánica de muestra?
Un pronóstico de oscuridad: nueva advertencia.
El mundo es un solo de auxilio.
LA PLATA
Horacio
La Plata es nuestra madre. Como tal, se la ama y se la odia por igual. Nada que no le ocurra a cualquier persona con su lugar de origen. Aunque hay una dimensión ficcional de la ciudad, que está dada desde su nacimiento, en el cruce de internas políticas de la época y mitos fundacionales, como el de la maldición de la bruja mapuche sobre Dardo Rocha. “Hemos dado a la nueva capital el nombre del río magnífico que la baña”, dijo Dardo Rocha en el acto de fundación, y resulta que el río está como a 15 kilómetros. La ficción está desde el comienzo. En las actas se menciona al entonces presidente Roca como presente en la ceremonia, y sucede que Roca no estuvo, sólo está en el cuadro que mandaron pintar, pero el tipo no fue, no quería validar la proyección política de Rocha.
La historia de las letras de La Plata también aporta su cuota de misterio: los poetas de la primavera fúnebre, con Panchito López Merino a la cabeza. Todo un grupo de poetas que se suicidaron jóvenes. Pero de todo esto te vas enterando en el camino. Y en mi caso, como en el de tantos otros, llegás a estos autores habiendo leído previamente a, no sé, Vallejo, Gelman, los Lamborghini, Parra.
Tanto misterio inaugural, y tanto mito dando vueltas, sembraron una poderosa vocación ficcional en la poesía de La Plata. No es el famoso “tono menor” del que tanto se habló, sino la ficción, la creación de otros mundos, más que la voluntad de reflejar “lo real”. Esto siempre estuvo dado, pero veo que se hizo más fuerte en las últimas décadas. La ficción, en ese punto, salta el cerco de la prosa narrativa o la dramaturgia, y pasa a ser también invención de artefactos poéticos. Tal vez porque en el fondo, nunca terminamos de saber dónde estamos. Al menos las personas de mi generación. Los que siguen lo tienen un poco más claro.
Mario
La Plata es una ciudad compleja para la escritura. No porque no la haya, y menos en este último tiempo, donde se pudo acercar generaciones dispersas desde hace años, como la mía y la de Horacio. Salimos de esas literatura del “nosotros”, que englobaba un gregarismo de salón, a una escritura de la expansión provincial. Salimos de la cueva para vernos con otros, que no necesariamente eran platenses. La visibilidad hoy de nuestra escritura se mudó de un bajorrelieve de confort a un sobrerrelieve de discusión, del que muchos estamos dispuestos hace años a abordar. Hay editoriales, hay espacios de lectura, hay ámbitos de intercambio, etc. Pero esa disputa debe seguir dándose, porque toda ciudad cultural tiene su antídoto que la recubre: la burocracia.
Dos poemas de Mario Arteca
[XIV] Un poem întrerupt de un apel telefonic (de la “Hotel Babel”)
a Andrés Ajens
Unos personajes con morrales quiteños
llevan de distintivo tornillos de cabeza
chata: la cuña que los arrrima espera
tres modos diferentes de escandir el sitio,
donde antes pudo escarbarse su género
cierta persona bigotuda y cuya parte curva
desde la nariz hasta la barba, semejaba
un zapato de mujer. Uno percibe cosas
en el lenguaje, ni bien cae en la cuenta
del funcionamiento de la cultura. También
de otras, para las que uno ha nacido,
y siquiera mira. La primera vez que entendí
qué significaba alguna cosa, fue en 1977.
Vivía la vida como una oferta que siempre
estaba llegando. Por eso, la mayor influencia
en mi vida fue nacer. Luego comenzó
la dictadura y estuve ahí, bajo los escombros
de silo de madera de los años posteriores.
Y aún después, los años del infierno puro,
dije al Servicio de Noticias el 25 de octubre,
a las 4.06 PM. Veintisiete grados Celsius
(27°C). Escobillones barrían esos gatos.
Y más tarde: “cuando uno llega a una ciudad
así, todo comienza a parecer increíble.
Las paredes todavía grises por la enemistad
del tiempo, siempre echando ruinas,
y donde lo posible era una vieja partitura
para invertebrados. Pero fue una experiencia
maravillosa. De chico amaba el paraíso
psicodélico de ciertas canciones anómalas,
descentradas, con su aire de demonios pegados
a la cabeza de un alfiler. Más tarde quise pintar;
y como no supe hacerlo comencé a escribir.
Así conocí a quienes se presentan como
la versión doblada de una misma frase
sin sonido. Y como en la adolescencia,
no darlo todo era darlo todo por sentado”.
(Más tarde, identifiqué a aquellos a los que
mi padre me advirtiera quiénes eran. Siempre
retengo esos nombres. Vivieron en un casa
durante algunos años, y mucho después
se retiraron. En todo caso, eran sólo manchas
confusas en forma de bola cuya proyección
es un tracto de tinta china. Ahora se recortan
en negro, sobre el fondo gris claro de un cielo
barrido por la niebla). Teléfono.
[II]
En silencio, durante un largo rato, surgió
un cómo. Y cómo el desprecio es la quinta
parte de un objeto entre paréntesis, denso,
entre dos murallas donde volverá a triunfar
una humanidad oscura, a punta de un poder
más fuerte que el que fue derribado.
La ventanilla mojada, y sin emitir sonido,
era todo lo que parecía tener frío. En alguna
parte temblaba, casi no podía mantenerme.
Entonces bajó del auto y se dirigió, metido
en la lluvia, hasta los orígenes de la playa. |
Se detuvo debajo de un árbol, y se quedó
allí durante mucho rato importante. Por fin,
lo seguí. Su pelo y su rostro, mojados.
La lluvia caía hasta las comisuras de los labios.
“Tendrás que elegir entre el niño o yo.”
Lo estamos vislumbrando: es absurdo vivir
en este mundo, si se pusiera en entredicho
los límites de la testificación. El derecho
excluye los motivos del contenido, pero
es aún mejor poblarlo con más víctimas.
Querido paquete ontológico: lo más doloroso
será creer que les irá mejor sin nosotros,
así como están, sentados en un sillón,
todos con su requisa de uñas cortadas al ras.
Llamala como quieras, pues sólo se trata
de una disculpa. Fui un hijo no deseado
de un matrimonio real, imitación infierno.
En fin, lo que me priva del reposo es
la incapacidad de limitarme. Después
entré en la cocina, dando un rodeo a causa
de un charco de café, y me enfermé.
Dos poemas de Horacio Fiebelkorn
Fuego frío
Ahora que no se ve nada, que detrás de todo
no se ve nada, suceden cosas en la trastienda del ojo.
La vida se arruinó como debe ser, como siempre fue.
Quemada en un mes que desaparece y calla sobre
tantísimo, a saber: la multitud casual en las veredas,
la queja de los idiotas o la puntuación de una historia
que, lenta, expande la fuerza de lo leve, hasta callar y
desaparecer detrás un árbol. Es una luz que llega
sin novedad al final de un sueño con alguna turbulencia.
Parecerá domingo, y los perros habituales liquidarán el
eco de la madrugada. La basura y sus moscas relucirán
en la calle. Nadie dirá nada, el estupor no dice nada.
El sol seguirá, desquiciado, alumbrando el polvo
que dejan los nombres. El sol fuera de órbita y el viento
más imbécil. Ahora que los puentes están quemándose,
no hay manera de volver a esas aguas turbias, ni modo
de atender a las voces afectadas. Los puentes están
quemándose y no hay modo de volver al sueño de
los otros. No hay forma ni ganas de nombrar lo que
se cae de obvio: entre figuras descartables, marcas de
dentífrico, avenidas y trenes muertos, las caras que
acomodan su gesto a una época que enterrará sus fichas
personales, o su estilo para perder el tiempo y limitarse a
cambiar el título. Donde hubo palabras de amor, habrá
ciencia ficción. Donde hubo política habrá metafísica.
Donde hubo un santo habrá un payaso: nada de problemas,
nada de zarandeos a la lengua. Nada que una intendencia
no pueda resolver sin fastidiar al viejo horror a la carne,
la paz espiritual de las divisas, con la nueva argamasa: un
azulado fuego que no quema, un azulado fuego que congela
aquello que algunos, aún, llaman deseo, sustancia jabonosa,
madre y padre de toda frustración y aprendizaje. Aquello,
el espejismo que va y no va, regresa hacia adelante, todo lo pide
a cambio de la nada misma. El ojo de una serpiente que
duerme en los libros de química. El nombre del hueso mismo,
lo que promete dar y sólo quita. Lo que brilla y nada pesa,
frente al ojo encantado que muerde el anzuelo en el vacío.
La rueda
Podría empezar por el final: un colchón
que se pudre en la vereda, los timbrazos
del que afila tijeras o pide ropa usada,
o las bicicletas que madrugan y se dejan ver
desde el balcón. Hay una nube en puntas de pie,
y calles que se pierden. Hay paredes
ropa tendida, y voces que se cruzan.
Hay pasos apurados, cuellos que giran,
cabelleras como melodías que el aire
intenta detener. Hay un nombre que tiene
los ojos abiertos. Así es como escucho
la gran rueda del mundo, en sus palabras
que se demoran en el perfume que
la estación esparce, o el deseo
de terminar donde todo recomienza.
Horacio Fiebelkorn nació en La Plata, Argentina, en 1958. Publicó, entre otros, los libros de poesía Caballo en la catedral (El Broche, 1999), Zona muerta (La Bohemia, 2004), Elegías (Ediciones al Margen, 2008), Tolosa (Eloisa Cartonera, 2010), Pájaro en el palo (civiles iletrados, Uruguay, 2012), El sueño de las antenas (Vox, 2013)., Cerrá cuando te vayas (prosa, Club Hem, 2016), La patada del chancho (Zindo y Gafuri, 2016) y El pantano (Malisia, 2017). Editó, entre 1998 y 2003, la mítica revista de poesía La Novia de Tyson, junto a Rodolfo Edwards y Washington Cucurto. Su obra poética fue traducida parcialmente al portugués. Es hincha de Estudiantes de La Plata.
Mario Arteca nació en La Plata, Argentina, en 1960. Publicó, entre otros, los libros de poesía Guatambú (2003, Tsé-Tsé), La impresión de un folleto (2003, Siesta), Bestiario búlgaro (2004, Vox), Nuevas impresiones (2009, La calabaza del diablo), Noticias de la belle époque (2015, Club Hem), Hotel Babel. Primera versión (2015, Ruido Blanco), Los poemas de Arno Wołica (2018, Caleta Olivia). Es hincha de Gimnasia y Esgrima La Plata.
Gustavo Ciancio nació en La Plata, Argentina, en 1963. Hizo sus primeros estudios de fotografía en la entonces Escuela Superior de Periodismo y Comunicación Social dependiente de la UNLP, en 1988. A partir de entonces realizó numerosos cursos y talleres, y participó en muestras colectivas e individuales, en La Plata, Brandsen, CABA, Punta Alta, Bahía Blanca, Benito Juárez, y en el exterior (México, Escocia y España). A partir de 1997 se dedicó exclusivamente a la fotografía, y desde 2003 a la docencia. En 2012 fundó en Bahía Blanca la escuela de fotografía que llevó su nombre, hasta 2018, año en que se radicó nuevamente en La Plata. En 2017 publicó su primer libro, Bahía (Fotografía estenopeica, realizado íntegramente en la ciudad y sus alrededores, diseñado e impreso en Bahía Blanca). En la actualidad dirige el Centro de Artes Visuales en la ciudad de La Plata, junto al fotógrafo Rubén Romano.
Web: https://gustavo-ciancio.webnode.es
La fotografía de Mario y Horacio en la portada de NAU es de Ariel Valeri