por Reinaldo Laddaga
Ningún personaje de la pandemia en la ciudad de New York me resulta más característico que el Rey Termal. Thermoking es el nombre en inglés. Es que en los peores días de abril las morgues de los hospitales no daban abasto con los muertos, y el gobierno del estado se puso a enviarles remolques frigoríficos. Los veíamos estacionados en los garajes traseros o en la calle. Adentro de estos volúmenes tan blancos estaban las estanterías de madera donde los enfermeros y otros empleados ponían a los cuerpos difuntos, para que se mantuvieran exentos de la corrupción que las funerarias pudieran procesarlos. Thermoking es la empresa que domina el mercado del transporte frigorífico, y por eso los remolques que encontrábamos llevan siempre en el frente o el costado esta leyenda lamentable: el Rey Termal.
Cuando no había más lugar en los garajes de los hospitales y las calles adyacentes (o cuando los vecinos se quejaban) tenían que llevar los remolques a otros sitios. La más importante de las terminales estaba en la Isla Randall, en medio del East River, a doscientos metros acuáticos de Harlem. La isla aloja decenas de canchas de fútbol y béisbol, una planta procesadora de agua, un hospital psiquiátrico para pacientes peligrosos, un alojamiento para homeless, varios senderos que ondulan entre prados, una escuela de tenis dirigida por John McEnroe, y el Estadio Icahn, donde se realizan competiciones atléticas y conciertos, y en cuya inmediación hay un vasto campo asfaltado donde treinta reyes termales reposaban.
Mi mayor consuelo en los meses de la pandemia era repasar los textos de Edgar Allan Poe. Cuando fui a visitar la morgue improvisada de la Isla Randall, me senté en un pedrerío y leí en el teléfono un fantástico poema que les traduzco ahora en prosa. Lo recordé porque allí Poe realiza una distinción entre dos formas del silencio que me pareció describir bien la diferencia entre el silencio que imperaba allá en Manhattan y el silencio de aquí, junto al Estadio Icahn.
Hay ciertas cualidades –dice Poe–, ciertas cosas incorporales que tienen una doble vida y componen un signo de esa doble entidad que surge de la materia y la luz, que se muestra en lo sólido y la sombra. Hay un doble Silencio –mar y orilla, cuerpo y alma. Uno de ellos reside en los parajes solitarios donde la hierba acaba de crecer; encantos solemnes, memorias humanas y tristes tradiciones lo vuelven incapaz de horrorizarnos. El nombre que tiene es “Ya no”. Este es el silencio corporativo: ¡no le temas! Carece en sí mismo de la potencia del mal; pero si algún destino urgente, alguna desgracia inesperada te lleva a la presencia de su sombra (duende sin nombre que frecuenta los sitios que nadie jamás ha pisado), ¡encomiéndate a Dios!
Y yo me levanté alarmado al comprobar que no tenía ningún Dios a quien encomendarme.
Reinaldo Laddaga (Rosario, 1963) es profesor en la Universidad de Pennsylvania. Ha enseñado también en la Universidad de Princeton, en la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro y en la Universidad de Rosario. Es el autor de La euforia de Baltasar Brum (1999), Literaturas indigentes y placeres bajos. Felisberto Hernández, Virgilio Piñera, Juan Rodolfo Wilcock (2000), Estética de la emergencia. Una nueva cultura de las artes (2006), Estética de laboratorio (2010), entre otros. Ver su página https://rladdaga.net/
Los sonidos de la pandemia es un proyecto cuyo grupo de coordinación está formado por Luciana Di Leone (docente e investigadora UFRJ, FAPERJ, Brasil); Marcelo Díaz (poeta y editor de NAU, sitio de poesía); Ignacio Iriarte (investigador UNMdP/ INHUS, CONICET); Raúl Minsburg (artista sonoro e investigador UNTREF) y Ana Porrúa (escritora e investigadora UNMdP / INHUS, CONICET). Disponible también en Caja de Resonancia https://cajaderesonancia.com/index.php?mod=sonidos-pandemia