Leña, agua y harina. Letras de molde y moldes con poesía. O mejor: Poecía. A 250° de temperatura el horno templa el poema y por la noche convoca a los dioses de la poesía, de la pizza y del chiplú.
por Gastón Leandro Ezequiel Vázquez
Hace 3 inviernos que hago pan, pizzas, chiplús y, para las fiestas, pan dulce. Antes trabajé 7 años en el puerto fumigando buques cerealeros. Cuando intuí que se terminaba el trabajo para mí empezó a crecer una certeza: hacer un horno de barro para hacer pan casero. Y fue así. Se terminó mi trabajo en el puerto, agarré la indemnización y compré los materiales para el horno y las herramientas para hacer pan.
En qué momento habrá surgido Pan Poecía. ¿Con los Vázquez que se mezclaron con los Tobas en Tucumán? ¿Con mi bisabuelo anarquista que llego desde España y se casó con una aborigen guaraní y vivió el resto de sus días en una toldería? ¿Cuándo nací? ¿Cuándo aprendí a leer? ¿Cuándo me olvidé de cómo leer? ¿Cuándo aprendí de nuevo? ¿Cuándo me encontré con la poesía? ¿Cuándo empecé a escribir poesía? ¿Cuándo empecé a comprender sus reglas tácitas? ¿Cuándo me quedé sin el trabajo del puerto? ¿Cuándo empecé a hacer pan?
Algo de extrañamiento me invade al reflexionar sobre esto de hacer versos y poemas en masa de pan y pizza. Pero es una constante en mi vida. Hago cosas y después tengo que volver sobre mis propios pasos para entenderme a mí mismo. La onda es que en un momento de lucidez tomé un pedazo de masa y formé Poecía en un molde. Lo dejé leudar y después le imprimí calor para que las letras se solidifiquen, tengan verdadero volumen, peso, densidad, peso específico y sabor a ese pan casero que elaboraba mi abuela y que nos dio de comer en mi infancia. De esta manera Pan Poecía cumple con una doble función: la nutritiva para el cuerpo y la nutritiva para el espíritu. Ya que los versos que selecciono para cada horneada son parte del pan que luego vendo en la calle. Otra vez una doble función: el pan para el sustento económico y el pan para el sustento estético-espiritual.
Después de hornear esa primera palabra, esa palabra llamó a otras palabras. Decidí formar “La vida es un poema”, que es un verso de Melisa Depetris. Entonces ya tenía Poecía y La vida es un poema y el resto fue llegando solo. A partir de ahí volví a releer los libros que más me han afectado poéticamente buscando ese verso o, cristalización poética me gusta llamarle, o poema para llevarlo a la masa y al horno e imprimirle esos 250 grados de temperatura que necesita el pan para cocinarse. El calor de una tonelada de piedra y varios kilos de leña quemada emanan de las paredes de ladrillo y barro. El verso se sella como un volumen que ya está listo para ser vendido y leído en la calle.
Todo esto me hace pensar en los procesos de escritura, más que nada en mi propio proceso de escritura. Para escribir un poema hay que tener un tema, un tono, un primer verso o algo que parafrasear o plagiar. Por eso para Pan poecía me gusta ir mostrando todo el proceso. Desde el amasado; donde los elementos se comienzan a mezclar, el leudado de la masa, la selección del verso o poema, como leuda ese verso, la cocción dentro del horno y, finalmente, la obra terminada. En la obra terminada confluyen el verso sobre la bandeja, el libro de donde salió y el pan o pizza que haya elaborado. Nada está escindido. Las menciones a los autores y las editoriales y un metatexto que improviso un rato antes de subir la obra a la página de Instagram.
Pienso en ese famoso poema de Walt Whitman citado en La sociedad de los poetas muertos. Pienso en que existe la vida y la identidad, el poderoso drama y que se puede contribuir con un verso. Los versos que elijo para Pan Poecía son esos versos que me ayudan a sobrellevar este poderoso drama que es la vida. Desde que Pan Poecía se cristalizó en una página de Instagram siempre estoy buscando y marcando los libros para futuros Pan Poecía. Así como cuando se tiene ganas de escribir algo y no llega ese primer verso, me pasa que no empiezo la producción del pan si no tengo el verso que voy a hornear. Y cuando lo tengo la tarea es más que gratificante, no se parece en nada a trabajar o a lo que me enseñaron que era trabajar. Por qué estas cosas no se enseñan en la escuela. Se dice que un par de admiradores de Heráclito lo fueron a visitar creyendo que lo iban a encontrar levitando o en alguna postura mística digna de la fama del filósofo presocrático. Heráclito se rescató de la decepción de los visitantes, ya que estaba al lado de un horno de barro en donde se estaba cocinando pan. Heráclito estaba al lado del horno calentándose y esperando el pan. Tenía hambre y frío. Los invitó a pasar y les dijo que acá, al lado del horno también habitan los dioses. Raúl Zurita dice que su dios es hambre. Mi dios es Pan y Poecía.
P.D: Bahía Blanca es la capital Argentina de la poesía y es la capital de la poecía con C. Los grafitis callejeros dan cuenta de mi testimonio.
Gastón Leandro Ezequiel Vázquez nació en Buenos Aires, Argentina, en 1980. Vive en Bahía Blanca. Estudia filosofía en la Universidad Nacional del Sur. Escribe poesía, narrativa y ensayos. Publicó Parresía, tomo 1: El camino de la ética (HD ediciones) y Katábasis ( Villa Mora editorial). Actualmente se encuentra trabajando en Parresía, tomo 2: Estética del fracaso y La galería de los ases.